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Tomás Eloy Martínez

Santa Evita

Barcelona: Editorial Seix-Barral, 1995, 398 páginas.

Comentario de

David Pinto Díaz

¿Cuáles son los elementos que configuran el mito de Evita? 1. Ascendió como un meteoro. 2. Murió joven. 3. Fue el Robin Hood de los años cuarenta. 4. Perón la amaba con locura. 5. Para mucha gente tocar a Evita era tocar el cielo. 6. Lo que podría llamarse relato de los dones. 7. El momento siempre inconcluso.

Hasta para Jorge Luis Borges, antiperón, antieva, prooligárquico y aristocratizante, inconscientemente en él ÇEvita es la imagen de Dios mujer, la Dios de todas las mujeres, la Hombre de todos los diosesÈ. Hasta dónde el arquetipo penetró y marcó el inconsciente de Borges es algo que nunca se sabrá. Su relato ÇEl simulacroÈ es casi irrelevante y no cuenta nada de su odio a Eva Perón, el cual no era patrimonio, puesto que lo compartía con los coroneles y la oligarquía argentina. Para ellos Eva era la puta por excelencia, esa mujer vulgar, la yegua, que es repetir lo de prostituta, sólo que en lunfardo. Para los arrabaleros Evita era la señora, la jefa espiritual de la nación, la santa. Probablemente en esas visiones irreconciliables hay una clave de la inconciencia argentina, dificilísima de descifrar para nosotros.

Santa Evita es una novela, sin duda excelente, pero también es partida de nacimiento y de vigencia de un mito nacional.

Es la historia de una mujer provinciana a quien le importaban un pito las exquisiteces de la cultura. Su única verdadera pasión fueron los descamisados (que la adoraban), la pobrería de su patria. Por esa pasión humilló y fue humillada; ofendió y fue ofendida. Sus enemigos (la gente poderosa, más allá del gobierno) ni muerta la dejó en paz. Esa es la otra historia afín al gusto de las sectas satánicas: La errancia frenética del cadáver de Evita, momificada maravillosamente por un embalsamador español. Viaje necrofílico y enloquecedor a la vez. Viaje a veces en camión militar, en barco, en avión, en automóvil. La muerta anduvo en todos los medios de transporte. Aunque parezca inconcebible, sus desplazamientos de momia eran un secreto de Estado, cuya infidencia se pagó siempre con la muerte.

Otra historia, pequeña por cotidiana y melodramática es su amor instantáneo por Juan Domingo Perón, que quizá no la merecía o a lo mejor estaban destinados a ser pareja, dúo fatal.

Ç–Coronel –dijo, elevando los ojos castaños

–¿Qué hija? –respondió sin mirarla.

–Gracias por existirÈ.

¿Fueron esas palabras fulminantes la pócima impensada y seductora, o el apunte ensayado de una mediocre radionovelera? Quién sabe, pero de tan mínima expresión surgió uno de esos amores borrascosos que han hipnotizado a escritores, biógrafos y cineastas, sin contar la leyenda creada y mantenida por el pueblo.

El séptimo elemento del mito de Evita es continuar siendo un momento inconcluso, recreándose como una saga, sobrevolando como una voluta o una mariposa inalcanzable. Por eso el párrafo final de Tomás Eloy Martínez es más una declaración obsesiva que un cierre: ÇNo sé en qué punto del relato estoy. Creo que en el medio. Sigo, desde hace mucho, en el medio. Ahora tengo que escribir otra vezÈ.

A los cincuenta años de la muerte de Eva Perón, el narrador Martínez volvió recientemente a las entregas, esta vez en el diario español El País, durante la última semana de julio de este año. Añade nuevos sucesos: ÇEn 1976, poco después que la viuda (se refiere a Isabel, la presidenta) fuera derrocada por una junta de militares depredadores, ambos cadáveres fueron retirados una mañana de lluvia y enterrados en lugares distintos: a Perón se le asignó un mausoleo en el cementerio de la Chacarita, donde una década más tarde lo profanarían, cortándole las manos. A Eva la llevaron al de Recoleta, en una zona oligárquica de Buenos Aires que ella odiaba. Con Perón no se tomaron precauciones de vigilancia. Eva, en cambio, yace en el fondo de una cripta, cubierta por tres planchas de acero, cada una de las cuales tiene una cerradura con claves de combinaciónÈ.

Aunque parezca increíble, un militar argentino, enloquecido y lúcido, ha jurado sacarla de ahí, para ponerla en santo altar. Quién sabe si lo logre, pues en la Argentina hasta las fantasías apocalípticas tienen lugar. Además los coroneles parecen idolatrar el cadáver de Evita.

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Clara Sánchez

Últimas noticias del paraíso

México: Editorial Alfaguara, 2000, 296 páginas.

Comentario de

Eduardo Villalobos

Últimas noticias del paraíso, de la española Clara Sánchez, es una novela cuyo tema central podría parecer al mismo tiempo trivial y fascinante. Prefiero inclinarme por lo último, creo en la contradicción que representa esa realidad un tanto inactiva y al mismo tiempo vital que es la clase media, punto desolado adentro y afuera de cualquier frente de batalla, donde los sueños ocupan un lugar primordial al lado del fastidio. Con sus tanteos y renuevos, los clasemedieros del mundo han dado consistencia a transformaciones cuyos alcances generalmente rebasan sus pequeños espacios, demasiado modestos para el lujo, y demasiado suntuosos para la miseria.

El tema, como todos los temas, conlleva sus riesgos; uno sería el de caer en un existencialismo que, después de Sartre, Camus y compañía, ha resultado la mayoría de las veces incoloro, repetitivo y artificial, al punto de hacer creer a muchos que gran parte de la novela europea estaba, si no muerta, por lo menos gozando de muy mala salud. El otro sería producir una literatura tan superficial como el mundo que retrata, sin distancia, embelesada por espejos falsos (recordemos el caso de Guadalupe Loaeza en México, en relación con sus "retratos" de la clase alta de su país). Creo que la autora evade el primer riesgo, no se enfrenta con algo que está más allá de sus capacidades y prefiere la comodidad de personajes e historias sin mayores pretensiones. Con el segundo riesgo definitivamente Clara Sánchez pierde la partida.

El tiempo de Fran, el protagonista adolescente de la novela y la voz narrativa, transcurre en una urbanización de casas idénticas y generosas áreas verdes, cercanas a un par de centros comerciales:

ÇVivíamos relativamente cerca del Híper y un poco más lejos del Zoco Minerva, de dos plantas y techo abovedado de cristal donde me había montado mucho de pequeño en un Alfa Romeo que funcionaba con veinte duros. Nuestra casa era un chalet de dos plantas con un jardín extremadamente cuidado en la época de mi infancia y algo más salvaje en la adolescencia. Era el número dieciséis de la calle Rembrandt...È

Este espacio es su mundo, reducido por la vida moderna y sus dudosas posibilidades de comodidad y conveniencia, él lo sabe y nos lo repite varias veces a lo largo del relato. La ciudad es el horizonte, el "final de la autopista", ahí radica la posibilidad de una existencia más activa y trascendente, de la cual se resguarda Fran mientras aprende a vivir como un adulto.

Alrededor de él, los demás personajes sufren de la misma inconsistencia vital, todos se refugian en la pasividad o la degradación: un padre que abandona el hogar, al que nunca ha atendido realmente, por una muchacha que tiene casi la misma edad de Fran; una madre atendida por un amante atlético e inocuo, luego por un dentista gris y desabrido que representa una salida fácil para sus problemas de soledad y adicción a la cocaína; sus amigos Tania y Eduardo, la primera casada a corta edad con un "gángster", y el segundo inmiscuido en negocios oscuros; Alien, quien sobrevive dictando conferencias acerca de cierta "filosofía de bolsillo", de esa que abunda en los libros de autoayuda y que la autora utiliza en la novela como el agua azucarada, demostrando una preocupante superficialidad de pensamiento. He aquí algunos ejemplos:

ÇTenéis que procurar poner orden en el caos. Es el momento en que debéis demostrar vuestro poder, vuestra portentosa mente que sabe analizar lo que ocurre y transformar la situación. No penséis como débiles humanos, encogidos y machacados por la contrariedad, dejad pensar y decidir a los dioses que también soisÈ.

ÇDe la misma forma que el pasado está en el presente también lo está el futuro: los planetas que colonizaremos y las estrellas que descubriremos. El tiempo humano es tan confuso, tan inexacto, que nos obliga a soñar para viajar por su profunda oscuridad, y tal vez soñemos lo que ya hemos hecho en el futuroÈ.

ÇEs necesario que la gente te crea. No se puede hacer nada si no resultas convincente. Incluso cuando selles los carnés, ellos tendrán que sentir que ese sello vale, que sabes que lo estás estampando, que siempre recordarás que lo has puesto en concreto en su carné...È

A los personajes mencionados antes del empalagoso paréntesis, hay que agregar a un vecino aterrado que se esconde en lugar de escapar; una rubia fatal que se enamora; la oriental Yu, quien debe volver con un marido a quien no ama, etcétera, etcétera. Una historia construida a partir de clichés, que bien podría ocupar la pantalla de la televisión una tarde de domingo o, peor aún, de lunes a viernes como melodrama por entregas para ayudar a los insomnes a dormir despiertos.

En medio de esta fauna de personajes caricaturescos, Fran evidentemente se siente confundido, no sabe qué rumbo tomar y se dedica a evocar el mundo de su infancia; éste llega a ser una suerte de paraíso del cual debe necesariamente desprenderse para poder ser. Las posibilidades de su entorno no le alcanzan hasta que descubre un asidero posible: el amor. Fran se va a una exótica y promisoria China para encontrar la felicidad. Un final repetido hasta el cansancio en todo lo "light" de este mundo, que demuestra falta de imaginación o necesidad de complacer por razones demasiado ajenas al oficio de escribir, cuando es honesto.

Así se construye Últimas noticias del paraíso, la historia y la forma como ésta se estructura son lineales y simples. Terminan frecuentemente en una facilidad escondida tras esa sencillez que en estos días es tomada como la virtud máxima a la que puede llegar un escritor. Han quedado atrás las grandes empresas verbales, los tiempos en que autores como Joyce, Proust o Musil renovaron las formas de contar el mundo, a través de lenguajes y puntos de vista, de estructuras a veces imbricadas pero magistrales. No estoy en contra de la sencillez, es realmente una virtud cuando hay oficio y honestidad, pero no puedo estar de acuerdo con esa visión reduccionista, que pretende encasillar toda obra contemporánea dentro de este pozo que atiende más bien a razones comerciales, a buscar masas de lectores cada vez más grandes, no importa cuán superficiales sean éstas.

La culpa de este fango podría echársele a una sociedad mediatizada, entrenada desde la niñez a no pensar, a consumir productos enlatados y digeribles, a generaciones jóvenes que han crecido entre los videoclips y los juegos de nintendo. De esos que ahora frecuentan fiestas rave para saltar enardecidos ante muletillas de ritmos entre el éxtasis y la cocaína y acuden, los más afortunados y conscientes, a algunos libros para alimentar un snobismo patético y degradante. Pero el comentario no vale en este caso, porque en todas las épocas del mundo ha existido la superficialidad y la evasión. Ningún argumento es válido contra las formas modernas de estas: telenovelas, folletines románticos, películas melodramáticas, cafecitos alternativos y un largo etcétera, porque cada ser humano tiene derecho a construir los castillos que desee, porque todos somos libres y la tolerancia es el fundamento de la convivencia. La superficialidad y la evasión tienen un encanto con frecuencia olvidado por intelectuales alienados por un mundo igualmente falso: el de la academia.

Lo que sí es válido criticar en este caso es la intención, premeditada o no, de disfrazar de literatura de altos vuelos lo que, al final de cuentas es solo un subproducto, una obra menor. Poner la máscara de gran novela o de gran escritor a quien no lo es para engañar a los incautos. Y, lo que es todavía peor, que el mismo autor se promocione de esa manera, que tenga la suficiente falta de autocrítica para creer que está más allá del best-seller, mucho más arriba de del melodrama y el lugar común mientras cae constantemente en ellos.

Clara Sánchez ha sido contundente al afirmar que la historia es lo de menos en esta novela, que su preocupación fundamental es el lenguaje. Hay partes de Últimas noticias del paraíso en que el lenguaje alcanza precisión y ritmo, a veces hasta sugerencia y fuerza, pero la autora es incapaz de mantener este aliento. Hace pensar que escribió la novela con prisa. A la par de una buena frase suele aparecer otra que destruye la sugerencia de la anterior, o construcciones efectistas y maniqueas. Además, ¿qué podría aportar un lenguaje magistralmente manejando a una historia que cae obsesivamente en el lugar común?

Clara Sánchez ha afirmado también que no le interesa ser una autora de culto a la que casi nadie lea. Se entiende entonces una novela tan superficial. Se entiende que pida que las fotografías se las tomen solo desde cierto ángulo, como si fuera Julio Iglesias o Madonna. Lo que cuesta creer es que haya interesado a escritores y críticos "de renombre", que haya recibido un premio importante amparado por un jurado internacional. Para los amantes del "happy ending" y la lectura rápida, de esa que promocionan como "lea 200 páginas en 20 minutos y entiéndalo todo", ésta es una novela que deben leer, definitivamente. Y si la pereza es mucha, pueden exigir una versión televisada, o una película a todo lo "hollywood", que la autora seguramente estará encantada de complacerlos.

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